Durante décadas, el blanco ha reinado en nuestros hogares. Hemos llegado a pensar que es el tono perfecto para paredes, textiles e incluso muebles. Sin duda, aporta luminosidad, amplía visualmente los espacios y entrega un aire elegante y limpio al ambiente. Pero seamos sinceros: ¡es muy frío! No te preocupes, porque las últimas tendencias ponen sobre la mesa un nuevo color que reúne lo mejor de dos mundos: el gris y el beige. Hablamos del “greige”, una tonalidad que disputa el trono del color blanco y con justa razón. Es mucho más cálido, sofisticado y aporta vida a las superficies. Además, se adapta a cualquier estilo decorativo, haciendo que sea muy fácil de integrar en paredes, sofás, cocinas o ropa de cama.
Tal y como su nombre lo indica, el greige es una mezcla cromática entre gris y beige, dos tonos muy usados en el interiorismo. Sin embargo, las distintas intensidades de este color y las miles de aplicaciones, hacen posible integrarlo en prácticamente cualquier estancia. ¿El resultado? Un tono ideal para distintos tipos de iluminación y que crea ambientes serenos y acogedores. Dependiendo de la luz natural o artificial, es un tono que puede manifestar versiones más cálidas o frías: esta virtud camaleónica enriquece cualquier habitación.
A diferencia del blanco puro, el greige es mucho más cálido y acogedor, pero mantiene los típicos rasgos de los colores neutros. Es decir, es fácilmente combinable y muy luminoso. Por otra parte, el blanco puede crear entornos impersonales, mientras que el greige aporta confort visual y elegancia en todos los interiores.
Además de ser sumamente versátil en cuanto a estilos, el greige combina con una amplia paleta de colores. Este tono suaviza las transiciones entre habitaciones, estructuras, texturas y colores, realzando los tonos que lo rodean. Por el contrario, el blanco puede generar contrastes demasiado fuertes, dando una sensación fría y brusca a las combinaciones estéticas. Por ejemplo, un cuadro enmarcado en madera oscura sobre una pared greige queda mucho más sutil que sobre una pared completamente blanca.
Por otra parte, el greige queda muy bonito si lo combinas con otros neutros como el topo, el gris piedra o el blanco roto. Y no pierdas de vista los acentos más enérgicos: un sofá en greige con cojines en color terracota puede verse fenomenal.
Otra de las grandes virtudes de este color es su carácter atemporal. Esto significa que podrás disfrutar de él durante décadas, ya que se mantiene como un fondo versátil y sofisticado en los distintos elementos de tu casa.
Finalmente, muchas personas optan por pintar las paredes o elegir muebles en greige y no en blanco porque refleja la luz de manera equilibrada. Sabemos que el blanco es el color que devuelve más luz, pero por lo mismo puede resultar muy frío o provocar reflejos incómodos. En contraste, el greige absorbe la luz de manera más sutil y crea atmósferas suaves y envolventes.
Aunque la mayoría de diseños proponen al greige como un buen color para fondos (paredes, suelos o techos), la verdad es que hay múltiples formas de integrarlo en casa.
Efectivamente, pintar las paredes en este tono genera una agradable sensación de amplitud sin caer en la monotonía cromática. Para ganar en textura, complementa con molduras en el mismo color y añade un aplique de luz cálida.
Los muebles voluminosos, como sofás, armarios, cabeceros o aparadores, también quedan muy bien en este color. Sobre su acabado neutro, podemos jugar con texturas y contrastes sin saturar visualmente el espacio. Además, combina increíblemente bien con materiales naturales como la madera clara o el ratán.
Por último, te animamos a incorporar este color en los textiles de tu casa. Una bonita manta en greige sobre un sofá de color gris o blanco puede dar un toque distintivo. Añade pequeñas esculturas o jarrones de cerámica en este tono: además de ser muy elegantes, conseguirás un toque artístico y sobrio en tu hogar.