Los dormitorios son la estancia de la casa en la que realmente más a gusto debemos estar. Al fin y al cabo allí es donde descansamos y reponemos fuerzas para afrontar cada nuevo día. Ha de ser un lugar que nos reconforte, que sea cálido y acogedor, que nos relaje y nos tranquilice. Por ello, es bueno añadir una alfombra. No solo para no notar frío cada mañana al poner el pie en el suelo, sino por la calidez que transmite y por alguna que otra virtud más.
Con la alfombra puedes delimitar visualmente la zona de descanso. Ese espacio que engloba la cama y las mesillas de noche. Sobre todo, en esos dormitorios en los que hay suficiente espacio como para albergar varios usos, como un escritorio, un tocador, un vestidor o incluso una zona de lectura.
La forma más sencilla de delimitar esa zona es con una alfombra. Porque, además de su función de calidez, ayuda visualmente a separar esas otras zonas que poco tienen que ver con tu descanso.
Sobre todo en los hogares en los que el suelo es de madera, una buena alfombra va genial para amortiguar esos crujidos y ruidos que a veces se producen por el desajuste o la dilatación de la madera. Una función que, en el caso del dormitorio, es genial, ya que si alguien se levanta por la noche, no tiene por qué molestar a nadie.
Añadir una alfombra en el dormitorio aportará un plus a tu decoración, ya que con ella podrás cohesionar el resto de la decoración, eligiendo un estampado o color con los tonos destacados del diseño.
Además, son grandes aliadas a la hora de disimular ciertos desperfectos del suelo que no queremos que se vean, iluminar con un tono claro esos suelos demasiado oscuros o aportar ese toque de color que necesita un espacio monocromático, por ejemplo.
No hay una única forma de añadir una alfombra a un dormitorio. Eso dependerá un poco de tus gustos y tus necesidades. Pero básicamente, puedes situar la alfombra de tres formas diferentes.
La primera es que la alfombra sea de un tamaño lo suficientemente grande como para que englobe la cama, las mesillas de noche y sobresalga un poquito por los tres lados. Lo ideal son unos 60 centímetros por lado, para que no se vea demasiado ridícula en el espacio, ni demasiado sobrada. Así, la alfombra delimitaría toda la zona de descanso.
La segunda opción es ocupar parte de la cama y sus pies, pero obviando la zona de las mesillas de noche. Es decir, colocándola justo a partir de las mesillas de noche. Usando eso sí, las mismas proporciones que en el caso anterior.
La tercera opción es, en lugar de añadir una gran alfombra, pensar en tres alfombras diferentes. Una para cada lado de la cama, más una tercera que se situaría a los pies de ésta. Procura que tengan una medida adecuada. Que no sean tan pequeñas como para confundirse con un felpudo de la entrada de casa, ni muy grandes que ocupen todo el espacio y empequeñezcan el dormitorio.
Los tonos elegidos para la alfombra del dormitorio es mejor que sean suaves. A diferencia, por ejemplo, de las alfombras para el salón que pueden tener colores más llamativos para potenciar las ganas de socializar, en el dormitorio se prestan más los tonos claros y relajados que ayuden a conciliar el sueño con más facilidad. Mejor lisas que muy estampadas. Pero siempre siendo coherentes con el diseño decorativo de la habitación. Y que sean suaves. A nadie le gusta poner el pie desnudo en el suelo de buena mañana y notar algo rugoso.