El primer paso imprescindible es buscar la mejor ubicación y, en este caso, el elemento más importante para tomar la decisión adecuada es el sol. Analiza el espacio disponible a diferentes horas del día y presta especial atención a los niveles de radiación solar que inciden en cada rincón: ¿hay zonas que, a determinadas horas del día, están a pleno sol? ¿Hay áreas de sombra?
Esta premisa previa es muy importante a la hora de determinar el tipo de cultivo. Y es que algunos vegetales -como los tomates o las zanahorias- requieren de mucho sol directo, mientras que otros -como las hortalizas de hoja verde o las hierbas aromáticas-, prefieren la luz indirecta o incluso estar en semi-sombra. Una pista: cuanto más vivo sea su color, más sol va a necesitar.
Por comodidad y cuando el espacio es amplio, las mesas de cultivo son una de las mejores opciones para la siembra urbana. La mejor alternativa a ellas cuando necesitamos exprimir al máximo cada centímetro es aprovechar los espacios verticales. Ahí van tres ideas:
adquirir un huerto vertical y colocarlo en la pared: son adecuados para vegetales de pequeño tamaño y, también, para aquellos que crecen en vertical. Si el huerto es muy frondoso y cubre la totalidad de la pared, se convertirá en un aislante natural que te ayudará a refrescar el ambiente interior.
Aprovechar la barandilla y colgar de ella jardineras o maceteros individuales: es una idea fantástica con la que aprovechar cualquier rincón libre para plantar. Las fresas, por ejemplo, pueden crecer perfectamente en una macetita colgada de la barandilla.
Colgar del techo maceteros colgantes: puedes sembrar allí los cultivos que requieran de menos luz -como por ejemplo los tomates cherry o los guisantes- y dejar que los tallos y frutos cuelguen del macetero.
Lo decíamos justo aquí arriba: para crear el huerto urbano en un espacio reducido sucede exactamente lo mismo que al decorar una estancia pequeña del interior: es muy importante trabajar en altura. Por eso y para no comprometer el crecimiento de los planteles, la mejor idea es que al principio entutores los cultivos, es decir, que utilices una soporte para guiar su crecimiento hacia arriba. Puedes hacerlo utilizando cañas de bambú o celosías.
Investiga sobre las necesidades de riego y nutrientes de cada plantel que introduzcas teniendo en cuenta la cantidad de sustrato que necesita para crecer. Esto te permitirá valorar que tipo de cultivo es apto para espacios reducidos, cuál no y el espacio físico que ocupará. Por ejemplo, la espinaca o la rúcula solo necesitan unos 2 litros de sustrato, por lo que es fácil introducirlas en un espacio no muy grande.
Además de permitirte comer sano y rico, cultivar un huerto tiene muchos beneficios para tu salud emocional: te ayuda a desconectar y a reducir el estrés y genera una enorme satisfacción que deriva de la sensación de logro al ver crecer algo que plantaste con tus propias manos. Por tanto, no tengas prisa: disfruta del placer de ver crecer los planteles día a día.
Empieza introduciendo una o dos especies que te llamen especialmente la atención y, cuando entiendas como funciona su crecimiento y cómo se gestiona un huerto urbano, ve introduciendo otros tipo de cultivo y variedades. Es una manera fantástica de practicar el mindfulness y de encontrar tu propio -¡y único! momento slow!